El gallo: el otro protagonista de las "fiestas de
quintos"
Desde tiempo
inmemorial, los quintos de los pueblos castellanos celebraban sus
"fiestas" con un rito sacrificial en el cual el protagonista es un
animal, optan en todos los lugares por un ave que viene acompañando al hombre
desde la Prehistoria; el gallo.
Los mozos quintos, por imperativo de la edad y de la costumbre estaban
obligados a decidir si llevarían a cabo “la hazaña” de correr el gallo. Es
obvio que siempre estaban dispuestos: la satisfacción, el prestigio, la
ilusión, el deber de correr el gallo se imponía a cualquier dificultad. Era la
fiesta de los quintos.
En Bercial, el día de
San Antón, los quintos del año eran
los encargados de hacer la “carrera de gallos”. Se corría a “lomos” de una yegua,
un caballo o un burro. El día de la corrida del gallo era una gran fiesta para
todos los vecinos. En el lugar elegido, la calle Medina, se colocaban dos
postes o dos carros, entre los que se tensaba la cuerda donde se colgaba el gallo. El
comienzo de la prueba, la parte fundamental del rito de paso, se hacía como en
el resto de fiestas: una comitiva salía desde la casa de uno de los protagonistas
recogiendo a todos los demás hasta llegar al lugar de la celebración. Los mozos,
montado en sus caballos al galope, ejecutaban
la sentencia de muerte del gallo, agarrando al galope la cabeza para
arrancársela con la fuerza de la carrera.
El “trofeo” consistía en arrancar la cabeza de
un gallo vivo, que estaba colgado de una cuerda, para después regalársela a la
novia, a una amiga o a una hermana. La agasajada correspondía regalándole al
quinto-mozo un puro envuelto en un pañuelo bordado por ella. Me cuentan, que
hace muchos años (60, más o menos) Gaudencio Rodríguez le entregó la “cabeza”
del gallo a Eleuteria Coca.
También,
ese día, de madrugada, salíamos los monaguillos esquila en mano y dirigidos por
el señor Epifanio Velázquez (padre de Cruz) recorríamos todo el pueblo, con el
carretillo de rueda de hierro y varias cestas de mimbre. Íbamos llamando de casa
en casa, pidiendo una “limosna pa San
Antón”; los vecinos entregaban algunas viandas de la última matanza: chorizos,
perniles de tocino, chorizo “bofeño”, pies, chicharrones, un gallo, etc.
Todo lo que reuníamos lo
llevábamos al cancel de la iglesia (por donde sale San Blas) y allí se
subastaba entre los vecinos. El encargado de la subasta era el señor Serafín
Garzón. Yo recuerdo que en varias ocasiones el remate se lo llevó Gaudencio (“Chencho”)
Rodríguez Arenas, otro año Eleuterio y, anteriormente, mi tío Julián Rodríguez.
El dinero recaudado estaba destinado a los fondos del mantenimiento de la
Iglesia.
Como se ve en las
fotografías que adjunto, en 1998, desde el gobierno municipal de IU, intentamos
recuperar esta tradición ancestral, cambiando los caballos por bicicletas y, al
sufrido gallo, por las cintas. Ahí se ve a los mozos y mozas en ciernes
(quintas, 2003 y 2004): Fernando y Sara, intentando coger las Cintas. También
salimos por el pueblo a pedir. Como antaño, la gente fue muy generosa en la
entrega de viandas. Entre lo donado estaba un hermoso gallo de corral.
El “remate”, al que
acudieron decenas de vecinos, se hizo en el salón nuevo. La puja por el gallo
estuvo muy disputa y emocionante, pero después de varias pujas, el que se llevó
le remate, fue Amancio Rodríguez. Lo recaudado se lo entregamos a una ONG.
Bercial de Zapardiel, 25
de enero de 2018
Bruno
Coca Arenas